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MONTAR UN DESPACHO DE ABOGADOS

Especialización y asociación en la Abogacía. Por Nielson Sánchez-Stewart

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Cuando el destacado jurista uruguayo Couture sintetizó en un decálogo los consejos que todo profesional de la abogacía debía asumir para garantizarse una carrera ejemplar y exitosa no pudo prever los cambios que experimentaría la Abogacía en los años venideros. Estudia, el primer mandamiento del maestro, justificaba este imperativo a continuación: “el derecho se transforma constantemente. Si no estudias serás cada día menos abogado.” Verdad fácilmente demostrable, la historia del derecho es asignatura obligatoria en todas las facultades, pero el ritmo no ha sido siempre el mismo. En los años cincuenta del siglo pasado, cuando se ponían por escrito esas sabias palabras, se podía ejercer con una biblioteca que no se alzaba más de cincuenta centímetros. Las leyes que se aprobaban en un año se recopilaban por Aranzadi en no más de un tomo de trescientas páginas. Otro tanto sucedía con las sentencias del Tribunal Supremo que se publicaban en otro tomo de parecidas dimensiones. Cuando esa monumental obra, que hoy sigue decorando los despachos antiguos y se regala para revestir las paredes debidamente recortadas para no ocupar demasiado espacio, se abandonó en formato papel, la producción anual de legislación y jurisprudencia llenaban tres o cuatro tomos de miles de páginas.

En esta línea, otro jurista, español y administrativista manifestaba con humor que, hoy por hoy, el conocimiento universal de la ley, más que una presunción es un sarcasmo.

Frente a este maremágnum que nos asalta cada día, desde el BOE hasta el CENDOJ dejando aparte las publicaciones jurídicas a las cuales no tenemos más remedio que suscribirnos, cabe preguntarse qué hacer. ¿Abandonar la profesión? ¿Confiarse a Google? ¿Echarse en los brazos de la inteligencia artificial y de Chat GPT 4.0, que dicen que elabora unos contratos fantásticos?

Si para algo sirve una experiencia de más de medio siglo de vivir de la profesión, aconsejaría no desesperar y después de lograr una formación jurídica lo más sólida posible con lectura de los clásicos, abordar sin temor una de las orientaciones que aún no terminamos de digerir: la especialización. Mientras en otras actividades es el pan nuestro de cada día, entre nosotros parece una meta imposible o, por lo menos, muy difícil. Me horroriza o me asombra, no sé, leer placas, tarjetas y otros medios de publicidad donde se anuncia un compañero experto, según dice, en derecho civil, penal, social, administrativo. Un Cicerón, vamos.

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Me diréis que en el ámbito que se mueve quien recién se asoma, no puede rechazarse ningún asunto so pena de la pauperización.  Para eso hay también un remedio: la asociación con otro u otros profesionales interesados en otra rama del derecho para así formar un equipo multidisciplinar. Y asociarse bien, desterrando el mantra de que cuando te asocias trabajas menos y ganas más. No, trabajas igual, pero en lo que te gusta. Y si ganas más no es porque estés asociado sino porque lo haces mejor. Asóciate bien, si, con quien conozcas, con quien hayas compartido experiencias, que sea de tu misma forma de ser, en lo esencial, que tenga las mismas ganas de triunfar y elija los medios más adecuados para ello. Asóciate, antes que la evolución vital te separe del socio ideal y nunca se te ocurra adquirir un local para poner tu despacho. Esa compra te transformará en un inmóvil: – por eso se llama inmuebles no sólo porque no se pueden mover sino porque tampoco te lo permiten a ti.  Y nunca dejes de ser honesto contigo mismo y con los demás.

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